Es esa melancolía la que hoy guía mi cabeza, yendo por otros derroteros totalmente distintos a los que me proponía. Por eso, os dejo este pequeño relato que escribí hace muchísimos años, y que hoy rescato del baúl de los recuerdos.
Para Javier, y todos los primeros amores que nunca se olvidan del todo y que aparecen cuando una menos se lo espera.
"Érase
una vez una adolescente que odiaba el mundo, porque creía firmemente que el
mundo la odiaba a ella. Fluctuaba entre amistades que resultaban no serlo
tanto, entre espíritus afines que la dejaban de lado.
Pero
una noche de enero algo sucedió.
Él
vestía calzas negras, traje atemporal que complementaba con una sonora
pandereta llena de alegría. Saltaba a la vista que había bebido de más. Incluso
el aliento le apestaba a vino, pero se sentó a su lado y rio con ella. Había
otros muchos asientos libres; sin embargo, eligió ese, y cuando la miró, sin él
saberlo, marcó su destino, porque ella nunca olvidaría sus ojos, ni su sonrisa,
ni nada de él, más aún por considerarlo irreal, inaccesible y lejano.
Pasó
el tiempo. Ella se sentía segura en su concha. Allí nadie podría hacerla daño,
aunque él ya se había apropiado de su corazón y avanzaba sobre su insegura
superficie. ¿Era guapo? Ella creía que no. ¿Simpático entonces? Apenas había
compartido una noche con él. No podía saberlo con exactitud.
No
conocía nada de él. Estaba segura de que no volvería a verlo, pero reservaba su
recuerdo más intenso para aquella noche.
Pero
en ocasiones, el destino es cruel con los más necesitados. Cuando parecía que
ella seguiría inmune en su coraza sin brechas, decidió aventurarse al mundo
real, recoger lo que este le ofrecía a manos llenas.
Lo
conoció durante horas. Aunque estaba bien a la vista, se empeñó en desechar la
superficialidad y recrearse con él, en él y por él, alimentando un sentimiento
que iba a crecer hasta el punto de dominarla. Se sumergió en su encanto y le
amó todavía más, sabiendo a un tiempo que sería imposible.
Cuando
él se fue ella se derrumbó por un solo instante, porque a partir de entonces su
alma dejó de sangrar. Sus lágrimas interiores fueron peores que las de su
cuerpo, porque su espíritu se halló con él, porque abandonó su ser e intentó
servirle aunque él permaneciera ajeno…
Y
entonces ya nada le importó salvo él. Ni siquiera ella misma. Solo él, a quien
nunca podría conseguir.
Empezó
conformándose con escuchar su voz en las raras ocasiones en las que se hallaba
cerca de ella; eran minutos de cielo y de infierno, de música y de dolor, de
luz y de oscuridad.
Pronto
esos momentos se distanciaron cruelmente en el tiempo, desvaneciéndose como la
niebla que da paso al sol.
Ella
supo que él ni siquiera se acordaría de su nombre, ni de que la había conocido,
y entonces quiso morir. Pero fue cobarde; prefirió morir poco a poco, quedarse
sin corazón y sin alma, puesto que eran de él, y sin él, de nada le servían.
Juró
que nunca volverían a penetrar en sus emociones. Estas se volvieron de piedra,
inquebrantables, inmunes al paso del tiempo.
Creyó
que ya no le quedaban más lágrimas, pero las derramó en abundancia antes de
vaciarse por completo. Aún, cuando le recuerda, sigue haciéndolo. Es entonces
cuando se balancea, oscila entre el pasado y el presente, y sin atreverse a
mirar al futuro, se deja envolver por los recuerdos que siempre acaban en él,
porque muy a su pesar no lo ha olvidado, ni le olvidará nunca.
Él
habrá cambiado. Otra disfrutará de él, de sus manos de pianista, sus labios
finos dibujando en el espacio cálidas sonrisas, de sus ojos oscuros rebosando
dulces palabras de amor.
Nunca
volverá a verlo, pero cuando cierra los ojos, lo ve tal y como lo conoció, y
entonces vuelve a sentir, a creer firmemente que vuelve a tener un corazón… Un
corazón que no podrá entregar a nadie, porque pertenece a aquel que conoció una
noche cualquiera en no importa qué lugar.
Se
siente segura en su anonimato. Aún hoy piensa que, si él conociera una mínima
parte de lo que ella le amó, todo se derrumbaría como un castillo de naipes.
Pero
sabe que, si su amor por él se destruyera del todo, jamás podría vivir viva,
sino que lo que haría es, como lo hace cada día, vivir MUERTA".
Y para rematar, una cita de autor desconocido pero que siempre me gustó:
"Se va la gente... No podemos hacer que vuelva. No podemos renacer sus mundos secretos, y siempre tengo ganas de gritar ante esta impotencia".
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