Buenas tardes nos dé Dios. Hoy entraremos en la propiedad que Jaime Chacón posee en Zamora. Una casa señorial recientemente adquirida, a raíz de sus múltiples éxitos empresariales.
Lo primero que nos sorprende es el aspecto del susodicho. Viste de forma muy elegante, pero su cara muestra diversas señales de una pelea reciente. Tiene un ojo amoratado y varios hematomas en los pómulos, por no hablar del labio partido y la nariz un poco hinchada.
Aun con todo eso, parece un hombre atractivo. No en vano se dice que suele tener bastante éxito entre las féminas. Y podría considerarse más allá de correcto, incluso simpático y agradable, si no fuera por esa mirada gélida de sus ojos azules.
Unos ojos que lo registran todo sin perderse nada. Es inteligente, eso se puede ver a simple vista, pero de seguro carece de las virtudes que deben adornar el honor de todo buen caballero.
Decidimos averiguarlo.
-Estamos encantados de que nos haya recibido en su casa, señor Chacón. ¿Es esta su residencia habitual?
-No. En realidad, voy y vengo constantemente, por motivos de negocios.
-Ajá. ¿Y puede saberse cuáles son esos negocios que le mantienen en ese continuo trasiego?
Chacón se envara. No parece muy cómodo con la pregunta, pero aun así responde.
-El ferrocarril. Y la Banca Luján.
-Vaya... Vemos que es usted un hombre de éxito. ¿Es atribuible a su trabajo, o también hay cierta buena suerte en ello?
-El trabajo bien hecho suscita envidia. No se crean todo lo que oyen. Como hombre rico que soy, tengo más detractores que admiradores.
-Y de mujeres mejor ni hablamos...
-Estoy demasiado ocupado como para pensar en ellas poco más que para lo que usted y yo sabemos, ya me entiende.
Le entendemos a la perfección, pero decidimos arriesgarnos un poco más.
-Esos golpes que tiene en la cara, ¿son el resultado de alguna pelea con una damisela?
-No... Son el resultado de una pelea por una damisela. Aunque de damisela tenía más bien poco. Casi lo mismo que el hombre en cuestión tenía de caballero.
Casi podemos adivinar de quién está hablando. Solo hay una persona que pueda terminar con la legendaria frialdad de Jaime Chacón.
-¿Se refiere usted a Rafael Mejía? Tenemos entendido que ha tenido que abandonar Benavente durante un tiempo por motivos personales. ¿No será él parte de esos motivos?
-¡Ni se le ocurra mencionarme a ese oportunista! Es un tuercebotas que ha tenido la suerte de contar con alguien poderoso e influyente como la baronesa Claudia Guzmán a su lado. De no haber sido así, no estaría jugando a los detectives conmigo.
-No parece que le caiga demasiado bien...
-Las simpatías son mutuas, se lo aseguro. Pero igual que le digo una cosa le digo la otra: en algún momento me cobraré todas las afrentas recibidas. y entonces, será él quién tenga la cara como un mapa. Eso si todavía sigue entre los vivos.
Ante un discurso tan acalorado como colérico, decidimos cambiar un poco el tercio de la conversación.
-Está bien, señor Chacón, no se altere usted. ¿Podría decirnos su color favorito?
-Ninguno. Todos me parecen iguales.
-Bueno... Entonces cítenos su mejor virtud y su peor defecto.
-La desconfianza es un buen ejemplo de lo primero. No he llegado hasta donde estoy fiándome de mis congéneres. Mi peor defecto... Creo que no tengo ninguno. Me acerco demasiado a la perfección.
¡Uf, menuda petulancia!. Decidimos ignorarlo y seguir adelante.
-¿Qué es lo que más valora usted en una persona?
-Sin dudarlo, la ambición. Es lo que mueve el mundo, amigo. Una persona ambiciosa no se achanta ante nada ni ante nadie. No conoce sus propios límites, y sin embargo no ceja hasta que los alcanza. Y cuando los alcanza, se propone llegar a otros más lejanos. Una persona ambiciosa, nunca tiene bastante de nada, ni escrúpulos, ni virtud. Y esa siempre será su mejor carta de presentación.
-Ya que ha visitado tantas veces Benavente, ¿con qué lugar se queda?
En esta ocasión una sonrisa aparece en sus labios. Es tan cruel que incluso a nosotros nos provoca un escalofrío.
-Sin duda, el Hotel Mercantil -afirma-. Sí, ya sé que parte de su personal tiene mucho que agradecer a Rafael Mejía y sus tejemanejes, pero aun así siempre he recibido un trato exquisito por su parte. Y en cierta ocasión, tuve un encuentro con una mujer que todavía me ronda en la cabeza... Lástima que fuéramos interrumpidos abruptamente por ese patán. Pero puedo asegurarle que en otro momento terminaré lo que empecé con ella.
Se acaricia los golpes con gesto ensimismado. Intuimos que estos tienen que ver con lo que está contando, pero no nos atrevemos a preguntar más acerca del asunto. Mejor un último viraje antes de despedirnos de él.
-Antes de irnos, abusaremos un poco más de su hospitalidad, señor Chacón. ¿Podría narrarnos algún pasaje de su historia en CASUALMENTE VALENTINA? Ya sabe, algo que se le haya quedado grabado en la mente, bien por bueno, o por malo...
-Cómo no. Se trata de mi primer encontronazo oficial con Rafael Mejía y su desvergüenza. Fue el principio, pero le aseguro que todavía no se ha escrito el final...
"―Así que es usted Rafael Mejía.
El hombre que permanecía a la izquierda de Claudia,
conversando con otros dos, se volvió en su dirección en cuanto escuchó su
nombre. Rafael nunca lo había visto, pero no tuvo más que apreciar la mirada
sibilina de ojos claros, la cabellera rubia y la falsa sonrisa para imaginar de
quién se trataba. Aunque esperaba a alguien al menos tan alto como él, mucho más
corpulento y bastante más… moreno. Rudo, no con aquella finura tan peligrosa.
Todos sus músculos se pusieron en tensión.
―El hombre que salvó a los campesinos de una muerte
casi segura a manos de aquel anarquista. El mejor emblema de esta villa,
enemigo acérrimo de delincuentes y contrabandistas, celoso guardián de la
legalidad ―recitó el desconocido, tendiendo una mano que Mejía no dudó en
estrujar con firmeza―. Ya estuve departiendo un rato con su socio Canales, pero
lo esperaba. Al fin tengo el gusto de conocerlo.
―Al fin.
―Es todo un honor.
Mejía reprimió un exabrupto. «Un lobo con piel de
cordero».
―Y supongo que usted es Jaime Chacón ―decidió
responderle―. El flamante heredero de la banca Luján.
―Veo que los dos nos conocemos a la perfección. Ya
estoy al tanto de sus últimos movimientos. Fue una lástima que el Flaco se le
escapara, señor Mejía.
―Para unos más que para otros. Comprendo que usted,
modelo de todo el que aspira a un golpe de fortuna como el suyo, lo encuentre
amenazante.
―Yo representaba la mano derecha de don Gregorio
―presumió Chacón con sus modales empalagosos. La mirada amenazante de Mejía le
impulsó a retirar la mano, pero este la mantuvo sujeta―. Tampoco creo en los
golpes de suerte, sino en el trabajo constante. Como usted.
―Cuánto me alegro. ―Rafael ejerció más presión
sobre los dedos. Le hubiera gustado tener la satisfacción de oírlos crujir―.
Algún día me explicará eso del vagabundo que llegó a ser rey.
―Quizá en una de esas timbas a las que es tan
aficionado. ―Con un disimulado tirón, consiguió liberarse para interceptar dos
copas de vino y ofrecerle una―. Unos gustos peligrosos para la profesión que ha
elegido, si quiere saber mi opinión.
Su opinión le importaba menos que nada, pero se
guardó de hacérselo saber".
Ha sido un ¿gusto? hablar con usted, señor Chacón. Esperamos de todo corazón que sus heridas faciales se curen con la rapidez necesaria como para afrontar un nuevo reto por parte del señor Rafael Mejía. Estamos más que seguros de que lo habrá.
¡Hasta la semana que viene!