viernes, 23 de agosto de 2013

EL SUEÑO DE CARLOTA

Hola de nuevo a todos!!
Qué poco tiempo ha pasado desde mi última entrada, ¿verdad? Pero es que estoy a punto de inaugurar una nueva sección en mi blog. Se llamará RELATOS, y en ella os iré informando de aquellas antologías-concursos en los que participe, así como otra serie de relatos que mi imaginación fabrique y que no tengan mayores pretensiones que las de aparecer en mi blog, para vuestro deleite (o eso espero...)

Para comenzar con buen pie (y nunca mejor dicho) entra en escena EL SUEÑO DE CARLOTA, un proyecto que nació gracias a Miriam Moreno, una excepcional amiga virtual que me propuso hacer una versión nueva de un cuento clásico, para participar en una antología de cuentos, cuyas ganancias irán a parar directamente a una ONG que dedique sus esfuerzos a mejorar la situación de muchos niños en el mundo.
La propuesta surgió hace tiempo. Yo, como tant@s compañer@s, aceptamos, y hoy ya casi es una realidad.

Si todo va bien, en septiembre 20 VOCES PARA 20 CLÁSICOS, que así se llama la antología, verá la luz.
Aquí os dejo mi pequeño granito de arena. Espero que os guste. Ya me diréis...

EL SUEÑO DE CARLOTA
(Versión de LA CENICIENTA)
Realizada por Elena Garquin.

            —¡Carlotaaaa! ¡Necesito que me hagas la cama, ahora mismo!
Carlota subió la potencia de la aspiradora, para que el ruido no la dejara oír los berridos de sus hermanastras.
            —Pero mira que son vagas… —gruñó.
            Decidió dedicarse con más ahínco a sus tareas diarias. Tarde o temprano ellas se aburrirían de martirizarla, y para cuando su madrastra llegase, ya ni se acordarían de ella.
            Cuando dejó la aspiradora cogió el plumero. Repasó a conciencia cada rincón de la casa, incluido el retrato de su padre. Cuando llegó a ese punto, recordó su situación.
            En aquel pueblo perdido de la mano de Dios, su padre había sido un hombre rico y respetado, que se había casado por segunda vez con la que ahora era su madrastra.
            Esta tenía dos hijas, Gervasia y Hermenegilda, cuyas máximas aspiraciones en la vida se resumían en: martirizar a Carlota, martirizar a Carlota y martirizar a Carlota.
            Su padre murió, y con él se fue toda su fortuna. Su madrastra se dedicó a malgastarla en estupideces tales como pasarse el día en el salón de belleza, abarrotar su armario de trapos inútiles, o intentar que sus hijas pareciesen guapas, cuando su carácter repelente las hacía francamente horrorosas.
            Ellas no pensaban más que en chicos y juergas. Algo que no cabía en la vida ajetreada de Carlota.
            Además estaba lo otro. La afición de Gervasia y Hermenegilda por la música.
            Su madrastra se había gastado una pequeña fortuna en profesores de canto que afinaran la voz de pito de las chicas, sin ningún resultado satisfactorio. Ellas estaban convencidas de que lo hacían divinamente, pero los oídos de Carlota eran los principales perjudicados. Se veía obligada a escuchar sus graznidos a todas horas, porque gracias al despilfarro de su madrastra, habían tenido que prescindir de los servicios de una empleada del hogar, para que Carlota se hiciera cargo de todas las tareas.
            Y así era su vida; duro trabajo, con una pequeña casa que aún le debían al banco y sin posibilidades de estudiar para lo que ella sí que valía.
            Y es que Carlota cantaba como los ángeles. Lo hacía de noche, en un pequeño cuartucho secreto alejado de las tres brujas pirujas, para que nadie la oyera. Se imaginaba que, algún día, un hada madrina la tocaría con su varita mágica para lanzarla a la fama y la gloria.
            Pero solo eran sueños.
            De momento, ella trabajaba para lograrlo. Había creado una hermosa canción dedicada a su padre, y la perfeccionaba en cuanto tenía oportunidad.

            —¡Mirad lo que traigo, chicas!
            Cuando su madrastra entró por la puerta, Gervasia y Hermenegilda devoraron la invitación que llevaba de la mano. Carlota se hizo la remolona, pero aún así pudo ver de qué se trataba.
            —¡Es de la discográfica «Príncipe Azul» —exclamó Gervasia.
            —¡Están buscando nuevos talentos! —apuntó Hermenegilda.
            —Y organizarán una fiesta dentro de tres días para encontrar a la mejor voz de la comarca —afirmó la madrastra.
            Las tres comenzaron a gritar y saltar de alegría. Ninguna se dio cuenta de que Carlota también sonreía mientras se retiraba a su cuarto secreto, dispuesta a hacer horas extra de canto para conseguir lo que tanto había querido siempre.

            —Raúl, hijo, más te vale que todo salga bien, porque de lo contrario se te van a  acabar los lujos. No tendrás ni una propina más.
            —Papá, no te preocupes, ¿vale? Con la crisis seguro que habrá muchos aspirantes que aparezcan en la fiesta. Entre tanta gente, alguien cantará como esperamos.
            O eso deseaba Raúl. Un ángel que le ayudara a conseguir que la discográfica se hiciera de oro. Un hada de los sueños que apareciera para concederle todos sus deseos. Así, él no tendría que dar un palo al agua y podría seguir viviendo del cuento, saliendo por ahí de fiesta y ligando con chicas a diestro y siniestro, porque por algo era tan guapo, listo y simpático.
            Para eso era el hijo de su padre. Para eso su padre era tan rico que en vez de ojos tenía el símbolo del dólar.
            Claro que su padre ahora se había puesto pesado con eso de que en la vida había que ser alguien, que tenía que trabajar duro porque a nadie le regalaban nada…
            —Sigo pensando que la idea de la fiesta tiene sus inconvenientes, pero puesto que ha salido de ti, le daremos una oportunidad.
            Y Raúl sonrió convencido de que, esta vez, conseguiría lo que su padre esperaba de él. Aunque para ello tuviera que creer en la magia.

Carlota estaba sudando la gota gorda de tanto trabajar.
Y es que su madrastra le había dado permiso para asistir a la fiesta de «Príncipe Azul». Siempre que hubiera terminado de planchar los kilos de ropa que la esperaban, recoger todos los cacharros del lavavajillas, limpiar los cristales, quitar del baño los incómodos pelos de Gervasia y Hermenegilda…
En fin, que ya había perdido la cuenta de las tareas pendientes, cuando vio desesperada cómo sus hermanastras y su madrastra salían por la puerta todas emperifolladas sin dirigirle siquiera una triste despedida.
—¡Eh, esperad! —gritó—. ¡Os olvidáis de mí!
—De eso nada —le respondió la madrastra—. Si no has acabado, no hay fiesta, ya lo sabes.
Y se marcharon las tres dándole con la puerta en las narices.
Carlota era una chica fuerte y valiente, y muy trabajadora. Pero aún así, se puso a llorar llena de rabia.
—Nunca podré terminar, nunca podré terminar… —se repetía—. Son unas brujas…
—Cierto. Y unas malvadas, y unas vagas indecentes, y unas ladronas…
Carlota levantó la cabeza asustadísima al oír aquella voz. Cuando vio a la hermosa mujer que se presentaba ante ella, se frotó los ojos varias veces, pensando que era una visión.
Pero aquella mujer era bien real. Le sonrió y agitó la varita mágica que llevaba en la mano.
—Esto no me puede estar pasando…
—Te aseguro que sí, querida.
A Carlota casi le da un patatús.
—Esto solo pasa en los cuentos… —se dijo a sí misma.
—Oye, tú no serás una de esas chicas modernas que no creen en la magia, ¿verdad? Porque en ese caso, guardaré mis poderes para quien de verdad los aprecie.
Pero Carlota ahora sonreía de oreja a oreja, convencida del todo de que aquello no era un sueño, sino algo bien real. Ni se le hubiera ocurrido decirle que ella era una chica moderna que solo creía en lo que era de pura lógica. Ni fantasmas, ni brujas volando montadas en escobas, ni Hadas con varitas en la mano capaces de cambiar el destino de una.
—Eres mi hada Madrina, claro.
—Claro —repitió la mujer acercándose a ella para examinar sus vaqueros gastados, su camiseta roída y su melena mal recogida—.Ya veo que necesitas un buen repaso, niña, así que… ¡Manos a la obra! Cuando te oigan cantar en la fiesta, ¡se van a caer de culo!
—¿Vas a ayudarme?
—Por supuesto. Tendrás lo que deseas si sabes aprovechar el tiempo, hijita —afirmó el Hada Madrina—. Solo tendrás hasta las doce de la noche. A partir de ahí, todo desaparecerá. Volverás a tu casa, a tu familia odiosa y a tus problemas.

Cuando Carlota apareció en la fiesta, todo el mundo enmudeció. Su madrastra no la reconoció, y sus hermanastras, que en ese momento estaban interpretando una de sus horrendas canciones, se callaron para poder mirarla a gusto.
Y es que su Madrina la había dejado tan hermosa que nadie sabía quién era.
Cuando Raúl puso sus ojos sobre ella, pensó que acababa de entrar en el Cielo. Su vestido rosa le llegaba hasta las rodillas. Llevaba unas sandalias con unos tacones de vértigo, un elegante peinado y un maquillaje a la moda.
Aprovechando el desconcierto general, echó a sus hermanastras del escenario y repartió la partitura entre los músicos. Después cogió el micrófono, y a partir de ahí todo fue como la seda.
Raúl se enamoró de ella instantáneamente. De su hermosura y de su voz. Era como la de un ángel, suave, melodiosa. Estaba tan fascinado que, cuando la canción terminó, la invitó a bailar el resto de las piezas musicales que aún quedaban por interpretar.
A Carlota le pareció guapo, amable y muy simpático. Hablaron y bailaron durante horas, y para Raúl no hubo otra canción mejor que la de Carlota.
Hasta que la primera de las doce campanadas comenzó a sonar. Entonces ella se apartó de él recordando la advertencia del Hada Madrina.
—¡Tengo que marcharme! —exclamó.
—Pero, ¿por qué? ¿No te estás divirtiendo?
—¡Me lo estoy pasando divinamente, pero el tiempo se me acaba!
Echó a correr hacia su casa, sin darse cuenta de que no estaba acostumbrada a hacerlo desde la altura de aquellos tacones. Para correr con más rapidez, decidió llevar las sandalias cogidas de la mano, pero en su huída, una se le cayó sin que se diera cuenta.
Raúl, que la perseguía resuelto a no dejarla escapar, la recogió y sonrió.
—Ya sé cómo encontrarte —murmuró.

El pueblo entero estaba revolucionado. Y es que el heredero de la discográfica de la capital, andaba por allí, sandalia en mano, en busca de la musa que lo tenía embobado.
Casa por casa, pie por pie, todas las mozas casaderas se fueron probando el calzado, hasta que le tocó el turno a la casa de Carlota.
Fue el mismo Raúl quien intentó colocar la sandalia a Hermenegilda… Y cuando vio lo prepotente y maleducada que era, casi se alegró de que su pie fuera demasiado grande.
Después le tocó el turno al pie diminuto de Gervasia.
—Es mi número, ¿ves? —decía—. ¡Es mi número!
Raúl se alegró de que no lo fuera. Cuando preguntó si había alguna joven más en la casa, Carlota apareció como por arte de magia.
Desde la noche de la fiesta no había podido dejar de pensar en él. Cosa extraña, porque el tema de los chicos ni siquiera asomaba por su cabeza. Normalmente tenía otros problemas mucho más importantes en ella.
Él no la reconoció. La invitó a que se probara la sandalia y… ¡Oh, milagro! ¡Le quedaba como un guante!
¡Era ella! ¡La había encontrado por fin!

Ahora, mis queridos lectores, os preguntaréis si, como en el cuento, Carlota y Raúl se casaron. Bueno… No exactamente.
Se gustaban. Mucho. Estaban enamorados.
Pero había otras cosas mucho más importantes para solucionar.
Los dos se fueron a vivir juntos a la capital. Carlota comenzó a estudiar mucho para perfeccionar su voz, y tiempo después grabó un disco de la mano de Raúl y «Príncipe Azul». Con el dinero que ganó, acabó de pagar la hipoteca de la casa de su padre.
¿Qué pasó con la madrastra, Gervasia y Hermenegilda? Pues lo que tenía que pasar. En vista de que el gorroneo se les había acabado, la madrastra acabó trabajando para Carlota, limpiando su casa día y noche. Podía haberla echado, pero en el fondo le dio pena. Sus hijas tuvieron que buscarse otro trabajo, y todos los lujos a los que estaban acostumbradas tocaron a su fin.
¿Y Carlota y Raúl? ¿Finalmente se casaron?
Por supuesto que lo hicieron, mucho tiempo después. Pero eso, amigos míos, es otra historia.



2 comentarios:

  1. Ya te lo dije en su momento, y ahora lo repito: es precioso, divertido. ¡Genial!

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    1. Ay, Lydia, yo para el tuyo aún no encuentro las palabras exactas... Aunque si te digo que escribes como los ángeles, y que más de un niño se sentirá sumamente feliz cuando lea a Tono, a lo mejor me acerco bastante...
      ¡¡¡Muchísimas gracias por dedicar un poquito de tu tiempo a pasarte por aquí, preciosa!! Como decís por tu tierra... BICOS.

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