martes, 5 de enero de 2016

EN LA CASA DE SANTIAGO CANALES

Nos hemos desplazado al Benavente del siglo XIX, más concretamente a 1886, para comenzar nuestra ronda de entrevistas. Iniciamos la ronda con uno de los personajes secundarios de CASUALMENTE VALENTINA, pero que al parecer ha gustado mucho a sus lectoras.
Nos referimos, cómo no, a Santiago Canales. El tipo parece atractivo pese a que ya ronda los cuarenta. Un hombre maduro con aires de pícaro jovenzuelo que nos trata como si fuéramos viejos conocidos. Entendemos su éxito entre las mujeres porque tiene unos ojos oscuros cálidos y afables. Nos recibe en su propia casa, ofreciéndonos una copa de aguardiente y una amplia representación de productos provenientes de la matanza del cerdo, como suele acostumbrarse por la zona.
He aquí nuestra ronda de preguntas que empezaremos con él, pero que iremos repitiendo a cada uno de los distintos personajes, tanto secundarios como principales, para poder conocerlos un poco mejor:



P. —Nombre completo, por favor.
R. —Santiago Canales, para servir a Dios y a usted.
P. —¿Cuál es su ocupación actual? ¿A qué se dedicó antes?
R. —Ahora mismo ostento el dudosamente honorable título de «copropietario» de Los Vigilantes de Castilla, una empresa dedicada a la vigilancia privada que emplea a más de la mitad de la población joven masculina de Benavente. Y digo dudosamente, porque mi socio es Rafael Mejía. El cacique más engreído de la comarca y posiblemente de parte del país, que a veces me hace perder la fe en la inteligencia del hombre. En fin…
En lo referente a la segunda pregunta, estuve un tiempo gestionando la administración de algunas de las propiedades de la baronesa Claudia Guzmán, hasta que Rafael y yo contamos con el montante suficiente para poner en marcha Los Vigilantes de Castilla.
P. —¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
R. —La libertad de movimientos, por supuesto. Como he hecho de casi todo en esta vida y soy un hombre de mundo, no se me caen los anillos por trabajar. Realizo tareas en cualquier punto del país, al igual que Rafael. Y esa movilidad me encanta, porque me ayuda a alejarme de los problemas cuando estos se me hacen demasiado cuesta arriba.


P. —Hablando de Mejía… ¿Cuál es su actual relación con él?
[Canales se frota la barba —los rumores dicen que, después de cortársela, se la volvió a dejar larga para agradar a cierta y desconocida dama—, y piensa mucho la respuesta].
R. —Pues depende del momento. No soy viejo ni mucho menos, pero a veces me siento un poco como su padre. O como su mejor amigo, aunque esto último lo soy sin ninguna duda. Solo alguien así podría cantarle las verdades como yo se las canto.
P. —Seamos francos, señor Canales. ¿Guarda algún secreto bajo la manga?
R. —¿Y quién no? Todo el mundo los tiene. Yo también. Hay cosas de mí que ni siquiera Rafael sabe. Y sentimientos que iré descubriendo conforme se den las circunstancias propicias o esté con la persona adecuada.
P. —Dígame una persona por la que sienta especial debilidad.
R. —Le voy a decir dos. La primera es Valentina. Esa muchacha me entró a derechas desde que la vi, y cuando he visto cómo se ha metido a Rafael en el bolsillo, todavía más. Si fuera hombre, diría que los tiene muy bien puestos, pero como es una mujer, solo puedo decir que es preciosa, testaruda y muy valiente. Justo lo que más admiro en una persona.
La segunda es Claudia Guzmán, y los motivos, de momento, me los reservo. Forman parte de mi vida privada…
P. —Y otra a la que odie con toda su alma.
R. —Jaime Chacón. Un hombre sin escrúpulos que anda metido en negocios turbios. Tanto Mejía como yo se la tenemos jurada. Juega con fuego y terminará por quemarse…
P. —¿Un color preferido?
R. —El verde esperanza. Es lo que me gusta vislumbrar cuando las cosas se ponen feas. Y con Mejía se ponen feas muy a menudo.
P. —Su mejor virtud y su peor defecto.
R. —La paciencia y el exceso de confianza, por ese orden.
P. —Dos rasgos que más admire en una persona. Con ejemplos, por favor.
R. —La lealtad y la sinceridad. Un buen ejemplo de ambas sería Valentina, aunque también podría incluir a Rafael. Paradójico, ¿verdad? Ese cabezota mete la pata cuatro veces de cada tres, y sin embargo es incapaz de ser hipócrita.
P. —¿Dónde le encantaría vivir?
R. —Sin salir de Benavente, la posada de Adela. ¿No la conoce usted? Es el Paraíso en la tierra, lleno de chicas preciosas dispuestas a complacerte en todo, y con Adela, que es dura por fuera pero tierna y sentida por dentro. Si tuviera que hablar de la amistad en estado puro sin incluirme a mí ni a Mejía, solo podría pensar en Adela y en el cariño tan inmenso que le tiene a Valentina.


P. —Ahora, un lugar emblemático que le traiga buenos recuerdos.
R. —La iglesia de Santa María del Azogue. Siempre está rodeada de gente de toda clase y condición, especialmente en fiestas. Fue en apenas unas horas y al amparo de sus muros, donde ocurrieron tantas cosas y ten seguidas que me resultaría muy difícil resumirlas en unas pocas líneas…


P. —Por último, reláteme algún suceso digno de destacar de su participación en CASUALMENTE VALENTINA.
R. —Eso es fácil. Se trata de una conversación entre Valentina, Rafael y yo. Nada reseñable a simple vista, pero que dijo mucho acerca de lo que sería la relación de esos dos a partir de entonces. ¡Todavía me río cuando me acuerdo!  Allá va:

« Rafael tuvo un ejemplo claro del lugar que ocuparían sus imposiciones cuando Valentina apareció en el comedor, con una amplia sonrisa dedicada a Canales y el aspecto de una bonita campesina, con el cabello húmedo campando por su espalda, una blusa blanca y una sencilla falda marrón. No sabía de dónde había sacado el atuendo, pero tuvo que reprimirse para no soltarle lo hermosa que estaba mientras ocupaba una silla al lado de Canales y frente a él.
Maldición.
―¿Se puede saber por qué te has puesto eso? ―se quejó―. Tienes un vestido precioso y muy caro que deberías usar.
―Buenos días, don Santiago. Qué placer tenerlo en esta mesa ―saludó, ignorándolo.
―El placer es mío, Valentina.
―Al fin alguien amable. ―Lo dijo con dulzura, e incluso batió sus pestañas como solo ella sabía. ¡Y Canales le respondió besándole la mano!―. Así podré mantener una conversación animada y libre de… reproches.
Rafael comenzó a perder interés en la sopa castellana que le servían. No le consideraba amable. Y sus palabras eran reproches. Una provocación en toda regla.
―Es una pena que pienses así, porque tu estancia aquí será larga ―amenazó entre dientes―. Muy larga, en vista de tu actitud.
Pero Valentina no mordió el anzuelo. Para el caso que le hizo, bien podía haber anunciado el Diluvio Universal.
―Desde que lo conozco, su trabajo me ha suscitado curiosidad, señor Canales. ―¿Desde que lo conocía?―. Dígame: ¿en qué consiste exactamente?
―Bueno… Yo creo que Rafael podría ilustrarte.
―Te aseguro que puedo, Raposa.
―Me encantaría que me informara acerca del tema, señor Canales ―insistió ella, alzando el mentón.
Algo reptó por la columna vertebral de Rafael cuando tuvo que escucharles departir sobre los Vigilantes, con una Valentina sonriente y un Canales que se lo estaba pasando en grande. Intentó digerir la sopa lo mejor que pudo. ¿Por qué no le preguntaba a él? Sin duda, estaba en condiciones de conversar como un ser civilizado. ¡Demonios, aquella era su casa! Tendría que hacerse oír.
―Ejem… ―carraspeó, con el único objetivo de llamar la atención.
El turno de preguntas y respuestas continuó como si tal cosa.
―¡¡Ejem, ejem!! ―El carraspeo fue tan fuerte que le raspó la garganta, pero al menos se dignaron a mirarle―. Perdonad que os interrumpa, pero se os va a enfriar el asado que acaban de servir.
Menuda frase célebre. Después de dirigirle una mirada tan helada como los témpanos que colgaban del tejado en invierno, Valentina siguió conversando con Canales. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que ella pretendía castigarlo por su conducta. Ni tampoco para comprobar que comenzaba a conseguirlo cuando, al cabo de una eternidad y siempre después del postre, anunció que se retiraba, llena de tranquila dignidad.
―Intenta hacerte morder el polvo, chico.
―Lo peor de todo es que acabaré por hacerlo ―admitió Rafael, trasladando su furibunda mirada de la puerta abierta a Canales―. Me parece que no he sido muy amable con ella.
―Pues aún estás a tiempo. ¿A qué esperas?».

P. —Por ultimo… Hemos oído rumores acerca de su posible y propia historia. ¿Son ciertos? Y en ese caso, ¿quién sería la afortunada?
[Llegados a este punto, Canales sonríe con esa sonrisa que, al parecer, le ha hecho famoso entre las féminas].
R. —Yo ya tengo una edad, ¿sabe usted? Soy perro viejo para unas cosas, pero estoy en plenitud de facultades para otras. Y no puedo desvelar la identidad de la dama en cuestión. Solo le diré que Elena Garquin deberá esmerarse si decide escribir mi historia, porque tengo una vida con demasiadas complicaciones pasadas, presentes y futuras.

Muchas gracias, señor Canales, por cedernos parte de su tiempo.  Nosotros, por nuestra parte, prepararemos la siguiente entrevista con esmero. Esta vez, el personaje elegido será…
¡Eso lo sabremos la próxima semana!!


4 comentarios:

  1. Precisamente me lo imaginé con este actor jajajaja

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    1. Pues a mí me costó encontrarlo, no creas...

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    2. A Rafael le pongo cara de Antonio Velazquez

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    3. No está mal el chico tampoco, aunque me parece un poco joven para Santiago.

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