Nos hemos desplazado al Benavente del siglo
XIX, más concretamente a 1886, para comenzar nuestra ronda de entrevistas. Iniciamos la ronda con uno de los personajes secundarios de CASUALMENTE
VALENTINA, pero que al parecer ha gustado mucho a sus lectoras.
Nos referimos, cómo no, a Santiago Canales. El
tipo parece atractivo pese a que ya ronda los cuarenta. Un hombre maduro con aires de pícaro jovenzuelo que nos trata como si fuéramos viejos conocidos. Entendemos su éxito
entre las mujeres porque tiene unos ojos oscuros cálidos y afables. Nos recibe
en su propia casa, ofreciéndonos una copa de aguardiente y una amplia
representación de productos provenientes de la matanza del cerdo, como suele
acostumbrarse por la zona.
He aquí nuestra ronda de preguntas que
empezaremos con él, pero que iremos repitiendo a cada uno de los distintos
personajes, tanto secundarios como principales, para poder conocerlos un poco
mejor:
P. —Nombre completo, por favor.
R. —Santiago
Canales, para servir a Dios y a usted.
P. —¿Cuál es su ocupación actual? ¿A qué se
dedicó antes?
R. —Ahora
mismo ostento el dudosamente honorable título de «copropietario» de Los
Vigilantes de Castilla, una empresa dedicada a la vigilancia privada que emplea
a más de la mitad de la población joven masculina de Benavente. Y digo
dudosamente, porque mi socio es Rafael Mejía. El cacique más engreído de la
comarca y posiblemente de parte del país, que a veces me hace perder la fe en
la inteligencia del hombre. En fin…
En
lo referente a la segunda pregunta, estuve un tiempo gestionando la administración
de algunas de las propiedades de la baronesa Claudia Guzmán, hasta que Rafael y
yo contamos con el montante suficiente para poner en marcha Los Vigilantes de
Castilla.
P. —¿Qué es lo que más le gusta de su
trabajo?
R. —La
libertad de movimientos, por supuesto. Como he hecho de casi todo en esta vida
y soy un hombre de mundo, no se me caen los anillos por trabajar. Realizo
tareas en cualquier punto del país, al igual que Rafael. Y esa movilidad me
encanta, porque me ayuda a alejarme de los problemas cuando estos se me hacen
demasiado cuesta arriba.
P. —Hablando de Mejía… ¿Cuál es su actual
relación con él?
[Canales se frota la barba —los rumores dicen
que, después de cortársela, se la volvió a dejar larga para agradar a cierta y
desconocida dama—, y piensa mucho la respuesta].
R. —Pues
depende del momento. No soy viejo ni mucho menos, pero a veces me siento un
poco como su padre. O como su mejor amigo, aunque esto último lo soy sin ninguna
duda. Solo alguien así podría cantarle las verdades como yo se las canto.
P. —Seamos francos, señor Canales. ¿Guarda
algún secreto bajo la manga?
R. —¿Y
quién no? Todo el mundo los tiene. Yo también. Hay cosas de mí que ni siquiera
Rafael sabe. Y sentimientos que iré descubriendo conforme se den las
circunstancias propicias o esté con la persona adecuada.
P. —Dígame una persona por la que sienta
especial debilidad.
R. —Le
voy a decir dos. La primera es Valentina. Esa muchacha me entró a derechas
desde que la vi, y cuando he visto cómo se ha metido a Rafael en el bolsillo,
todavía más. Si fuera hombre, diría que los tiene muy bien puestos, pero como
es una mujer, solo puedo decir que es preciosa, testaruda y muy valiente. Justo
lo que más admiro en una persona.
La
segunda es Claudia Guzmán, y los motivos, de momento, me los reservo. Forman
parte de mi vida privada…
P. —Y otra a la que odie con toda su alma.
R. —Jaime
Chacón. Un hombre sin escrúpulos que anda metido en negocios turbios. Tanto
Mejía como yo se la tenemos jurada. Juega con fuego y terminará por quemarse…
P. —¿Un color preferido?
R. —El
verde esperanza. Es lo que me gusta vislumbrar cuando las cosas se ponen feas.
Y con Mejía se ponen feas muy a menudo.
P. —Su mejor virtud y su peor defecto.
R. —La
paciencia y el exceso de confianza, por ese orden.
P. —Dos rasgos que más admire en una persona.
Con ejemplos, por favor.
R. —La
lealtad y la sinceridad. Un buen ejemplo de ambas sería Valentina, aunque
también podría incluir a Rafael. Paradójico, ¿verdad? Ese cabezota mete la pata
cuatro veces de cada tres, y sin embargo es incapaz de ser hipócrita.
P. —¿Dónde le encantaría vivir?
R. —Sin
salir de Benavente, la posada de Adela. ¿No la conoce usted? Es el Paraíso en
la tierra, lleno de chicas preciosas dispuestas a complacerte en todo, y con
Adela, que es dura por fuera pero tierna y sentida por dentro. Si tuviera que
hablar de la amistad en estado puro sin incluirme a mí ni a Mejía, solo podría
pensar en Adela y en el cariño tan inmenso que le tiene a Valentina.
P. —Ahora, un lugar emblemático que le traiga
buenos recuerdos.
R. —La
iglesia de Santa María del Azogue. Siempre está rodeada de gente de toda clase y condición, especialmente en fiestas. Fue en apenas unas horas y al amparo de sus
muros, donde ocurrieron tantas cosas y ten seguidas que me resultaría muy difícil resumirlas en unas
pocas líneas…
P. —Por último, reláteme algún suceso digno
de destacar de su participación en CASUALMENTE VALENTINA.
R. —Eso
es fácil. Se trata de una conversación entre Valentina, Rafael y yo. Nada
reseñable a simple vista, pero que dijo mucho acerca de lo que sería la
relación de esos dos a partir de entonces. ¡Todavía me río cuando me acuerdo! Allá va:
« Rafael tuvo un ejemplo claro del
lugar que ocuparían sus imposiciones cuando Valentina apareció en el comedor,
con una amplia sonrisa dedicada a Canales y el aspecto de una bonita campesina,
con el cabello húmedo campando por su espalda, una blusa blanca y una sencilla
falda marrón. No sabía de dónde había sacado el atuendo, pero tuvo que
reprimirse para no soltarle lo hermosa que estaba mientras ocupaba una silla al
lado de Canales y frente a él.
Maldición.
―¿Se puede saber por qué te has puesto eso? ―se quejó―. Tienes un vestido
precioso y muy caro que deberías usar.
―Buenos días, don Santiago. Qué placer tenerlo en esta mesa ―saludó,
ignorándolo.
―El placer es mío, Valentina.
―Al fin alguien amable. ―Lo dijo con dulzura, e incluso batió sus
pestañas como solo ella sabía. ¡Y Canales le respondió besándole la mano!―. Así
podré mantener una conversación animada y libre de… reproches.
Rafael comenzó a perder interés en la sopa castellana que le servían. No
le consideraba amable. Y sus palabras eran reproches. Una provocación en toda
regla.
―Es una pena que pienses así, porque tu estancia aquí será larga
―amenazó entre dientes―. Muy larga, en vista de tu actitud.
Pero Valentina no mordió el anzuelo. Para el caso que le hizo, bien
podía haber anunciado el Diluvio Universal.
―Desde que lo conozco, su trabajo me ha suscitado curiosidad, señor
Canales. ―¿Desde que lo conocía?―. Dígame: ¿en qué consiste exactamente?
―Bueno… Yo creo que Rafael podría ilustrarte.
―Te aseguro que puedo, Raposa.
―Me encantaría que me informara acerca del tema, señor Canales ―insistió
ella, alzando el mentón.
Algo reptó por la columna vertebral de Rafael cuando tuvo que
escucharles departir sobre los Vigilantes, con una Valentina sonriente y un
Canales que se lo estaba pasando en grande. Intentó digerir la sopa lo mejor
que pudo. ¿Por qué no le preguntaba a él? Sin duda, estaba en condiciones de
conversar como un ser civilizado. ¡Demonios, aquella era su casa! Tendría que hacerse oír.
―Ejem… ―carraspeó, con el único objetivo de llamar la atención.
El turno de preguntas y respuestas continuó como si tal cosa.
―¡¡Ejem, ejem!! ―El carraspeo fue tan fuerte que le raspó la garganta,
pero al menos se dignaron a mirarle―. Perdonad que os interrumpa, pero se os va
a enfriar el asado que acaban de servir.
Menuda frase célebre. Después de dirigirle una mirada tan helada como
los témpanos que colgaban del tejado en invierno, Valentina siguió conversando
con Canales. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que ella
pretendía castigarlo por su conducta. Ni tampoco para comprobar que comenzaba a
conseguirlo cuando, al cabo de una eternidad y siempre después del postre,
anunció que se retiraba, llena de tranquila dignidad.
―Intenta hacerte morder el polvo, chico.
―Lo peor de todo es que acabaré por hacerlo ―admitió Rafael, trasladando
su furibunda mirada de la puerta abierta a Canales―. Me parece que no he sido
muy amable con ella.
―Pues aún estás a tiempo. ¿A qué esperas?».
P.
—Por ultimo… Hemos oído rumores acerca de su posible y propia historia. ¿Son ciertos?
Y en ese caso, ¿quién sería la afortunada?
[Llegados
a este punto, Canales sonríe con esa sonrisa que, al parecer, le ha hecho
famoso entre las féminas].
R.
—Yo ya tengo una edad, ¿sabe usted? Soy
perro viejo para unas cosas, pero estoy en plenitud de facultades para otras. Y
no puedo desvelar la identidad de la dama en cuestión. Solo le diré que Elena
Garquin deberá esmerarse si decide escribir mi historia, porque tengo una vida
con demasiadas complicaciones pasadas, presentes y futuras.
Muchas gracias, señor Canales, por cedernos parte
de su tiempo. Nosotros, por nuestra
parte, prepararemos la siguiente entrevista con esmero. Esta vez, el personaje
elegido será…
¡Eso lo sabremos la próxima semana!!
Precisamente me lo imaginé con este actor jajajaja
ResponderEliminarPues a mí me costó encontrarlo, no creas...
EliminarA Rafael le pongo cara de Antonio Velazquez
EliminarNo está mal el chico tampoco, aunque me parece un poco joven para Santiago.
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